El año pasado la Universidad de Yale ofreció una asignatura llamada La ciencia de la felicidad. Con semejante título no es de extrañar que comenzara con 1200 alumnos matriculados. La profesora, Laurie Santos, decidió compartir por internet estas lecciones, y actualmente son seguidas por miles de alumnos de todo el mundo a través de Coursera. Sin duda también ayudaron a su difusión las numerosas entrevistas y reportajes que han salido en prensa en los últimos meses.

Hace un mes empecé a cursar las lecciones y la verdad es que estoy gratamente sorprendido. No es que uno aprenda cosas realmente nuevas acerca de la felicidad, pues al fin y al cabo la sabiduría humana de nuestra cultura nos ha señalado muchas veces el camino correcto. Y además, la brújula de nuestra naturaleza humana también ha comprobado la verdad de estas recomendaciones. Por ejemplo, todos sabemos que somos más felices si pensamos en los demás en vez de en nosotros mismos; intuimos que ser feliz no depende tanto de las cosas que nos pasan como del modo en que las afrontamos; conocemos que la felicidad no es algo pasivo sino que hay que buscarla y trabajarla en cosas concretas cada día; etc. Sin embargo, lo interesante del curso de Santos es que fundamenta sus tesis en muchísimos estudios científicos, sobre todo de psicología. De este modo, es más fácil persuadirse de las ideas que uno ya conocía.

Pero en La ciencia de la felicidad también hay lugar para investigaciones sorprendentes. Por ejemplo, según un estudio de Vogel de 2014, tener Facebook —y donde pone Facebook uno puede poner cualquier red social— afecta negativamente a la hora de sentirse feliz, mucho más que lo que uno cree, especialmente en lo que se refiere a la autoestima. Las redes sociales son una ventana abierta al mundo, pero digamos que enseñan la parte de la casa que tiene vistas al mar. Un paseo por cualquier red social estimula notablemente todo tipo de deseos, desde ser físicamente más atractivo hasta vestir determinada marca de ropa, pasando por infinitos sitios para veranear. Ante tanto impacto positivo de otras personas, uno tiende a minusvalorar lo que tiene, hasta al punto de que afecta 0,6 puntos en una escala de 10. ¿Se imagina que le quitaran medio punto en todos los exámenes si tuviera una red social? Pues eso es lo que consentimos libremente, pero no respecto a las notas de un examen, sino respecto nuestra autovaloración y felicidad.

Hasta ahora sabíamos que el hombre era el único animal que tropezaba dos veces en la misma piedra. Lo que ahora sabemos es que también se pone a sí mismo las piedras. Queda por saber si somos lo suficientemente inteligentes como para dejar de tirarlas contra nuestro propio tejado. Lo bueno de este último asunto es que cada uno es libre de apagar o limitar seriamente el uso de redes sociales. ¿Se atrevería a dar un paso así?

 

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