Reseña de Javier García Herrería, publicada en Aceprensa
Enrique Bonete, catedrático de Filosofía de la Universidad de Salamanca, ha publicado varias selecciones de textos en torno a diversos asuntos, como el poder político, Jesucristo o el problema del mal. En esta nueva obra presenta la postura de veinticuatro pensadores, la mayoría de ellos filósofos, ante la idea de la muerte. Leer este texto en los tiempos que corren, con el coronavirus campando a sus anchas por el mundo y el debate sobre la eutanasia en el Parlamento español, resulta especialmente interesante.
Cada autor es desarrollado en capítulos de unas diez páginas, en las que se incluye una exposición sobre su concepción de la muerte, partiendo de su biografía y su obra. Sin embargo, a mi modo de ver, lo más interesante es la narración de los últimos días de cada uno de estos pensadores. Con gran sencillez estilística, Bonete consigue despertar el interés de esos momentos y hacer disfrutar al lector rememorando sus últimas horas y conversaciones.
Desde el punto de vista temático, el texto se divide en tres partes, cada una con ocho autores. En la primera se presentan diferentes actitudes ante la muerte, con especial énfasis en la serenidad de los pensadores a la hora de afrontarla. La segunda parte reflexiona sobre la idea de la propia muerte, así como la de los seres queridos. En la última sección se exponen distintas actitudes ante la idea del suicidio. Esta es quizá la más enriquecedora, ya que se ponen de manifiesto la variedad y fuerza de los argumentos en su defensa, los cuales merece la pena conocer para entender los intentos de justificar este acto desde posiciones no simplemente individualistas, como suele ser habitual hoy día.
Al confrontar las opiniones de pensadores de altura –desde Séneca a Wittgenstein, pasando por San Agustín, Kant o Nietzsche–, uno advierte con facilidad la pobreza argumentativa que tenemos en el debate público en torno a estas cuestiones. En este sentido, la propuesta de Bonete es intelectualmente estimulante. La obra no pone en diálogo a unos pensadores con otros, lo cual es un acierto, pues respeta la perspectiva de cada uno y permite al lector sopesar los diferentes planteamientos.